La carta... Historias de Sangre sobre el Parquet


La carta quedó sobre la mesa. Decía mi nombre con su hermosa letra caligráfica.

Recién la encontré un día después de enterrar el cuerpo. Supongo que dirá las causas de su muerte. Y la tengo aquí, en mis manos. Quiero leerla pero tengo miedo. Sé que van a estar las explicaciones, todas y cada una de ellas.  Supongo que dirá los motivos de su decisión. Supongo que seré la culpable. Pero no tengo la fortaleza de leerla.
Me avisaron un par de horas después, jamás pensé que podía ser él. Vi por la tele que el tren estaba parado por un suicidio. “Hay que ser jodido para matarse en hora pico”, pensé, con ese humor negro que no quiero tener pero me nace de las entrañas. Empecé a limpiar los platos del mediodía puteando como siempre porque no me ayudaba en nada. Lo carajee más de una vez en esa tarde. Me pareció que la casa estaba peor que de costumbre. Ropa tirada, el baño sin limpiar, mierda en el inodoro.
Me repetí muchas veces en esas pocas horas que ese reverendo hijo de puta me iba a oír. Hasta que sonó el timbre.
-¡Ya va! Grité con enojo, pensando que era él y como siempre no tenía ganas de buscar las llaves.
Pero cuando abrí la puerta y vi a esos dos hombres supe que algo andaba mal. Como película recuerdo el momento. Dos oficiales se acercaron a casa a preguntarme si era su vivienda. Dije si y que yo era la esposa.
-Lo siento señora pero ha ocurrido un accidente.
Las explicaciones fueron pocas, nadie habló de suicidio pero siempre supe que era eso. Tuve que reconocer el cuerpo, sus cosas en realidad. No tuve el valor de acercarme a la estación, allí era un tumulto de gente.
Lo cierto es que se había matado nomás. Como tantas veces lo había dicho.
-Si me dejás me mato.
-Si me dejás me vuelo la cabeza.
-Si me dejás me tiro debajo de un tren.
Y yo una y mil veces le gritaba: Matate. Hacelo, hacelo si tenés huevos y no me jodés más la vida.
Y se ve que los tuvo.
Lloré un muchisimo, quizás sea por culpa.
Amor no es, de eso estoy segura. En cada matate se iba parte del amor que sentía. En cada insulto, en cada grito, en cada llanto, en cada pena, se esfuma lo mucho que lo quise.
Y ahora esta carta, que debo leer.
Mientras abría lentamente el sobre, el filo de la hoja cortó la fina piel de su dedo y una gota de sangre cayó en el parquet.




Juan

La primera vez que lo vi estaba trabajando. Mire y estaba ahí parado. Pregunte si necesitaba algo, a lo que mi compañera entre risa y asombro, me dijo que no había nadie, que estaba loca.

Yo lo vi, se que estaba ahí. Vestido de azul, alto y lánguido. No sentí miedo. Desde ese día lo vi casi a diario y lo contaba con total naturalidad.

Su presencia me transmitía paz. No era un fantasma ni un espíritu. Era mi compañero, sentía que me cuidaba.

En ese entonces vivíamos en una vieja casona, grande y algo deslucida. Éramos 7 los que convivíamos allí. Amigos, compañeros, una familia alternativa. Así me gustaba definirnos.

En principio nadie más que yo veía ese misterioso señor que parecía se había sumado a mi vida. Pero poco a poco todos tuvieron que reconocer que lo veían. Hasta el más escéptico no tardo en contar su experiencia. Finalmente era un integrante más de la familia. Tanto es así que decidí bautizarlo “Juan” y así lo llamábamos todos.

Pero para mí había algo más. Por que me había elegido? Que quería de mi?

Empecé a hacerme muchas preguntas. No podía dejar de pensar en el.

Un lunes en que no había nadie en casa aproveche para limpiar la galería. Termine de baldear y comencé a cepillar el parque de la entrada. Me obsesioné con una mancha que no pude sacar con nada. Y juro que probé de todo. Ya cansada di por terminada la tarea y me senté en la puerta a fumar.

De pronto todo comenzó a tener sentido. La mancha era sangre, sangre sobre el parqué.

Rápidamente me incorpore y agarre el teléfono. Nunca me había dado cuenta de mis dotes de detective. Averigüé y arme rápidamente la historia

La vieja casona no había sido, ni más ni menos, que un prostíbulo. Hacía unos 25 años. Juan se llamaba Juan y frecuentaba el lugar. Hasta que cometió el imperdonable error de enamorarse de una de las chicas que trabajaba ahí. Se enamoro tanto que quiso sacarla de esa vida pero ella no quiso, no pudo.

Un día fue a buscarla, estaba borracho. Llego y la vio con un cliente. Se desespero, saco un arma y le apunto pero no pudo disparar. Forcejearon y ella intentando quitarle el arma, le disparo. El tiro fue certero y Juan murió en el acto.

De ella nunca más se supo nada, dicen algunos lugareños que se suicido años después.

No es que tenga en claro para que me busco, pero entiendo por que me eligio.

Esa noche renuncie a mi trabajo. Decidí dejar la prostitución.

Juan, finalmente lo logro.

Furia callada

Silencio.

La habitación en penumbras, un bulto insignificante que respira apenas, se escuchan las gotas cayendo lacónicamente en la pileta del baño y todo es quietud.

24 horas antes nadie hubiese imaginado este final, ahora él ya no distingue las sombras que se deslizan ante sus ojos. Todo borroso e irreal.

El teléfono desconectado ya no sonaba, nadie gritaba, todo había acabado. Sintió su pecho mojado, no sentía sus piernas y por más esfuerzo que hiciera no podía ponerse en pie.

Trató de recordar la tarde del día anterior, la discusión con su jefe a última hora, las sienes latiendo enloquecidas, me falta el aire, llamadas insistentes, las exigencias ridículas, la sensación del abismo a sus pies, Dios, cómo voy a resolver esto? Ella amenazando, las deudas, la ejecución de la casa, este desgraciado siempre pidiendo más y más....

Recuerda sus pies caminando hacia la oficina, el informe enrollado en su mano. Su jefe atado, la boca abierta tragando la presentación completa. Así está bien puto? Así si te gusta? Dale, tragátelo. La asfixia, los ojos en blanco, estás callado ahora; para siempre.

La calma absoluta es lo que sorprendía. Ni una gota de sudor. Nada que muestre el monstruo que caminaba tranquilo por Bulnes a las 18.30.

La llave en la puerta, demasiada calma para ser la misma casa. Ojalá que no estés perra histérica. Un grito, muy mal hecho. Colgada del techo como cerda, ya pensaré que hago más tarde.

Corrió el vino esa noche, una jeringa para él y dos para ella.

Puta egoísta, para que dejes de gritar. Todo es borroso, me arrastro a la cocina, tus cuchillitos de mierda, las porquerías que te gusta acumular. Puta inútil. Tenés mierda en la cabeza. Esas deudas, todas tuyas enferma. Imbécil yo por querer darte todo, cuando nada te bastaba. Maldita, nunca me quisiste.
Te gusta esta mierdita? Cómo se llama, pica hielo? De plata no?

Cientos y cientos de agujeritos en su piel tan blanca. Horas y horas de sangrar.

Todavía no te moriste puta, ahora voy a cogerte y te va a gustar. Frígida. Ni muriéndote vas a darme el gusto de gozar. Te odio.

El corte fue limpio y preciso en su cuello.

Así lo indicaron los criminalistas que encontraron a un hombre acurrucado en posición fetal, desangrado por su propia mano.

La mujer cortada y agonizando pero viva en un charco de sangre sobre el parquet.